Capítulo IV: La tercera guerra mundial da inicio.

Países han aumentado su tensión, las cuales habían nacido desde tiempo atrás. Entre los gobiernos de Estados Unidos, Inglaterra, China, Alemania, Rusia, Japón, Italia, Irak y Afganistán, se han enviado los unos a los otros espías informáticos para averiguar en las demás naciones posibles planes ocultos. Operaciones encubiertas son vistas día a día para infiltrarse en asuntos de otros países.

Con el reciente hecho ocurrido en Inglaterra, en Stonehenge, el gobierno inglés acusa a Estados Unidos de un ataque, mientras que este, contradice anunciando que es un plan de los ingleses para comenzar una nueva guerra.

Inglaterra no tarda en entrar en alerta y declarar la guerra al país norteamericano, comenzando así un enfrentamiento donde los demás países buscan un aliado.

La bomba de tiempo por fin ha explotado, la guerra que según predice el fin de la humanidad, ha comenzado.

―Señorita Athena, Aldebarán me ha dicho que usted me quería ver―se inclina el ariano ante la deidad.

―Así es. Mu, necesito que hagas algo por mí―sentada en su trono, toma bajo su asiento una caja pequeña, decorada con hojas de acanto.

―Señorita―interrumpió con cortesía―, antes que nada, quisiera saber por qué Shaka marchó sin llevarse consigo la armadura de Virgo. Claro, esperando su permiso de conocer la razón―levantaba un poco su rostro, mirando con fijeza el rostro de Athena.

―Shaka fue en busca de Ares, mi hermano, para entregarle un mensaje de mi parte―devolvía la mirada, con un toque más serio.

― ¡Ares! ¿El dios de la guerra ha llegado a la Tierra? ―con total sorpresa, se dirigió―Athena, ¿no deberíamos reunir a los caballeros una vez más? Desde la era del mito se ha sabido sobre la extrema violencia y su modo sangriento de batalla, incluso más que Poseidón. ¿Acaso de eso se trata la misión que deseas encomendarme? ―sin evitar sudar y alterar, miraba a la tranquila deidad.

―Se trata de otra cosa. Pero, Mu, te prohíbo que digas algo sobre lo que te acabo de mencionar. Debemos mantener la calma en los demás, por lo menos, hasta saber los planes de Ares. Por eso envié a Shaka―le comentaba, abriendo la caja que sostenía en sus manos.

―Entiendo. Seguiré sus órdenes. Ahora, ¿de qué trata mi tarea? ―no alejaba la vista del objeto de madera.

―Con esta daga, usada hace mucho por Saga, verteré un poco de sangre en la caja. Tu misión es buscar a los caballeros de bronce que no han recibido esta en sus armaduras y derramarás un poco en sus ropajes―observando el filo, indicaba al caballero.

Notando la preocupación de su diosa, Mu no evita mostrar su asombro. Sin salir de este, de repente el ariano nota cómo la deidad toma la daga con fuerza, provocándose un corte en el brazo derecho, derramando la sangre que fluía dentro de la caja. Al terminar, deja la daga manchada en la caja llena del líquido rojo, cerrándola y dándose al caballero que veía sin saber qué hacer.

―Toma, Mu, ve sin falta―ofreciéndole la caja de madera, se levanta para acercarse un poco al caballero.

―Sí, señorita. Con permiso―un poco más calmado, toma el objeto y se retira en busca de los caballeros de bronce.

 

En Siberia, Hyoga, caballero de cisne y su maestro Camus, junto a Milo, se encontraban entrenando desde hace tiempo. Por su parte, Camus y su pupilo buscaban enfriar sus cosmos y así poder alcanzar el cero absoluto y controlarlo con total naturalidad. Por su lado, Milo se enfrentaba al frío y acomodar su cuerpo a las bajas temperaturas.

―Hyoga, desde ahora entrenaremos sin armadura―ordenaba el de Acuario al rubio broncíneo.

― ¿Sin armadura? ¿Están locos? ―cuestionaba con el típico sarcasmo el caballero de la constelación de Escorpión, mientras sus acompañantes se deshacían de los ropajes que los protegían.

―No. Así resistiremos más el aire frío. Milo, deberías de hacer lo mismo, sería un buen entrenamiento para tu cuerpo―respondía el serio caballero.

―Pero, maestro Camus, Milo no realiza esa clase de… técnicas―observaba Hyoga un poco extrañado a Milo.

―Está bien, les tomaré la palabra, caballeros―el de Escorpión se sacaba su armadura, para estar en las mismas condiciones que sus amigos.

―Habrá que tener cuidado de no congelar a nuestro amiguito, Hyoga―con curiosa risa, se dirigía el francés a su alumno.

― ¡Maldito Camus!

 

En la mansión Kido, Ikki conversaba con Esmeralda, su amada, quien creyó haber perdido para siempre en la Isla de la Reina Muerte. La rubia le contaba al fénix cómo había regresado de la muerte, incluso sin contar con Hades, quien había sido derrotado. El de azules cabellos oscuros prestaba mucha atención.

― ¿Pero quién te ha regresado a la vida? Si no se trata de Hades, ¿quién es? ―necesitaba saberlo a toda costa.

―Es un secreto que quien me revivió, me prohibió contar… Ikki, entiéndeme, he regresado para estar a tu lado una vez más―lloraba ella consternada al ver a su amado.

El joven broncíneo abrazaba a su ser querido, alejando la duda que tenía en su mente para alegrarse de tener a Esmeralda de regreso.

Más en lo alto de un árbol, un joven de cabello azul observaba a la pareja. Usando su poder psíquico, escuchaba la conversación de los dos chicos. Se trataba de Kanon.

―Algo no está bien aquí con esa mujer. Creo que debo hablar con Ikki―pensaba con mirada fija hacia la habitación donde estaban los dos personajes. Se cruza de brazos concentrándose.

―No creo que sea buena idea espiar a la gente y además escuchar lo que dicen, ¿no crees, Kanon? ―posaba el desconocido el hombro sobre el ex general marino.

―…No te entrometas, Saga. Ya deberías saber que algo no anda bien―se quitaba la mano de su gemelo con brusquedad.

―Vamos, Kanon. ¿Por qué actúas así? Todo ya está perdonado. Con el perdón de nuestra diosa, puedes luchar a nuestro lado, al lado de los demás caballeros―le hablaba el mayor, mientras su hermano le daba la espalda.

―Mi lealtad es a Athena, no a ti, ni a los caballeros. No debo de tener la nariz metida en el Santuario todo el tiempo, así que no te metas en mi camino―daba el menor un salto del árbol, dejando solo a Saga.

―Kanon, mi deseo solo es que podamos luchar de nuevo el uno al lado del otro―murmuraba, yéndose a la dirección contraria del antes general marino.

Más alguien, aún oculto entre las sombras, observaba a la pareja, escuchando la conversación. Ni Ikki o Esmeralda se daban cuenta de la presencia de aquella persona con aspecto rostro pero imponente mirada.

 

Una vez había arribado a Alejandría, Shaka buscaba información de aquella mujer con quien pasó su infancia. En un templo tarotista, una bruja le obsequió los detalles que buscaba. Con las pistas obtenidas, el caballero se dirige al templo Krisol, donde se supone vive aquella amiga. Luego de unas horas, el caballero llega a ese lugar.

― ¿Alguien se encuentra? ―Tocando a la puerta, preguntaba a pesar de sus habilidades como caballero de Athena.

― ¿A quién busca? ―responde una voz del otro lado.

―Busco a la maestra budista del templo―miraba a todos lados, mientras le preguntaba de quién se trataba―. Soy Shaka, soy amigo de la maestra de este lugar―decía con la serenidad que le caracterizaba.

Al momento la puerta se abrió y le dejaron pasar. Estuvo esperando en la amplia sala, un poco ansioso por el reencuentro con su vieja amiga. Luego de unos minutos, bajando las escaleras, posando su mirada azul sobre Shaka, la mujer de largos cabellos rosa le sonríe.

―Shaka, ha sido tanto tiempo, querido amigo―no alejaba su gesto la bella mujer.

― ¡Amelie! ―se pone de pie de la cómoda silla, saludando― ¿Cómo has estado en todo este tiempo? ―preguntaba.

―He estado aquí desde que marché de la India. Shaka, has cambiado mucho desde la última vez que te vi―sin alejarle la mirada, comentaba.

―Je, je. También digo lo mismo―era más amigable con ella el rubio―. Perdón por cambiar el tema, pero he venido en busca de tu ayuda. Necesito encontrar a…

― ¡Ares! ¡Quieres que te diga cómo encontrar al dios Ares! ―interrumpió, cambiando su afable mirada por una seria y penetrante―Esa es la razón por la que estás aquí.

― ¿Cómo…? ¿Cómo sabes que he venido a eso? ―tan alterado estaba de la sorprendente habilidad de su amiga.

―Shaka, la mente más limpia en el mundo es la mía. Ni siquiera tú, ni Athena, tienen una mente tan sana como la mía―le tomaba el hombro a su amigo una vez está frente a él.

―Nadie debía saberlo, cómo es que… No entiendo―intentaba digerir la situación.

― ¡¡Redención!! ―exclamaba la mujer de tez blanca, paralizando el cuerpo del caballero en menos de un segundo―No podrás moverte en al menos diez minutos, pero aún podrás oír, hablar, oler y sentir, pero no moverte―explicaba, esperando menguar el temor del rubio.

― ¡Amelie, ¿por qué me haces esto?! ―no podía evitar el de Virgo sentirse consternado.

―Sé que has venido por información sobre el paradero de Ares. Pues te diré, soy sirviente de Ares y él me ha comentado que vendrías. A respuesta de mensaje, dile a Athena que el destino requiere una purificación. No es necesario que ella se una, pero que se mantenga alejada, la humanidad requiere ser destruida y el planeta renacer, un mundo sin corrupción. Solo le pide un favor, acabar con sus caballeros y volver al Olimpo, junto a Zeus, su padre―entregaba el mensaje de Ares para su hermana, con profunda mirada, sin temor en sus palabras―. Shaka, te exijo renunciar a tu cargo como caballero de Virgo, hagas lo que hagas morirás, pero, siendo mi amigo, es mejor que sea de manera apacible y no pongas resistencia―ofrecía ella, con el ceño fruncido.

―No puede ser…―lloraba el virginiano al saber que ahora su mejor amiga era una enemiga, pues no estaba dispuesto a renunciar al ser caballero ni mucho menos traicionar a Athena.

― ¡¡Calixtenum!! ―utilizando una de sus técnicas, Amelie envía a Shaka de regreso al santuario. La mujer vestida con ropas hindúes regresa a sus asuntos.

 

― ¡Shaka! ―Corría Athena, asustada, al ver al caballero en el suelo sin poder moverse.

―Señorita, malas noticias… Ares no viene de manera pacífica, piensa destruir a la raza humana―entregaba el mensaje el adolorido rubio.

Al escuchar tales palabras, la de cabellos lila toma una decisión. Reunirá a todos los caballeros de oro que estaban cercanos al santuario. Más tarde, con más calma, Shaka le cuenta la aterradora experiencia que tuvo con su amiga, sin omitir el haber sido traicionado.

Poco después, los caballeros estaban reunidos.

―Señorita Athena―Aldebarán de Tauro se hacía presente en primer lugar.

―Señorita―se anunciaba Aioria de Leo.

―A sus órdenes, hermosa diosa―Afrodita de Piscis decía.

― ¿Sucede algo malo? ―Aioros preguntaba.

―Vamos, de seguro perdemos el tiempo―con sarcasmo, se anunciaba Máscara de Muerte.

―Si hace falta ¿a quién cortamos? ―respondía displicente Shura.

―No hay nadie a quien cortar… Al menos no por ahora, Shura―con seriedad, llegaba la deidad.

―Shaka, ¿qué ha pasado? ―Aioria preguntaba, observando al agotado caballero.

―Hay malas noticias, caballeros―Shaka se levantaba de la especie de cama donde solía descansar Athena. La dama tomaba la palabra para que no se fatigara el virginiano.

―Es hora de reunir a todos los caballeros, Ares ha regresado con el ánimo de destruir la humanidad. Nuestro deber es evitarlo a como dé lugar―tomaba su Niké, enfatizando la seriedad del asunto.

― ¡¿Ares?! ―exclamaban Afrodita y Aldebarán con fuerza.

―Entonces, aquel cosmos en Acuario, ¿era él? ―Aioros observaba a la deidad con fijeza.

―Así es, pero no era prudente comentarlo―tranquilizaba tomándolo del brazo.

― ¡Basta ya de habladurías! Caballeros de oro, su misión es custodiar sus respectivas casas y no deben descuidarlas. Aguardaremos hasta el regreso de los demás caballeros―el patriarca se anunciaba agudizando la tensión.

―Sí, gran maestro―seguido de sus compañeros, Máscara de Muerte se arrodillaba.

―Ya he enviado a Shaina para dar aviso a los demás caballeros que regresen. Ustedes protejan en santuario, es su única preocupación. Ares es un dios bastante devastador y sangriento―miraba al cielo, con angustia, el patriarca Shion.

―Entonces a eso se debe la guerra a la cual los profetas llaman la “última guerra”. ¿Ha empezado por el despertar de Ares? ¿Tiene algo que ver? ―preguntaba Shura al sumo sacerdote.

―Así es, no es un dios que pierda el tiempo con “simples humanos”. Por eso crea esta guerra, para ahorrarse el trabajo y que los humanos se destruyan los unos con los otros―daba una mirada a todos los presentes.

―No importa de quien se trate, ganaremos esta guerra por la Tierra. Por Athena―al unísono decían los hermanos Aioros y Aioria.

―Yo…

―Shaka, tu debes descansar―Athena evitaba que el rubio se colocara de pie, tomándole del pecho, tratando él de seguir las órdenes dadas por Shion.

―Señorita, no es momento de descansar―intentaba moverse, como si nada pasara.

―Es una orden―fruncía el ceño, acomodando el caballero en aquella cama.

―Caballeros de oro, como su patriarca les digo que tengo un mal presentimiento de esto. Ya hemos tenido guerras santas en el pasado y las hemos ganado, pero siento que en esta guerra, no habrá luz al final del túnel. Espero estar equivocado…

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